Aquel 19 de abril de 2010 habría terminado la gloria, como en el mar termina el mundo, ahí desembocan los ríos cansados de tanto arrastrarse llevándose la vida que se hace tiempo en su aluvión, dejando sólo el silencio en el viento que canturrea en el vientre de un caracol, así se va la vida, que también es un río, acaba, como en aquella guarnición de Carabobo, y con ella el récord inmaculado de 27 combates, con la tilde acentual de 18 de ellos de manera consecutiva fueron conseguidos por nocaut en el primer asalto, sobrepasando el registro de Young Otto (1905) con quince y de Tyrone Brunson con 14 pleitos liquidados en el episodio inicial. Edwin Valero, nacido bajo una guirnalda de luces del 3 de diciembre de 1981, en su añorada Mérida, doce años más tarde calzaría sus guantes para merodear en los ensogados y dejar su nombre en un legado imborrable dentro de la historia del boxeo mundial.
El Parque de las Naciones Unidas de Caracas, aquel 9 de julio de 2002, fue el teatro de su primera batalla. Eduardo Hernández caería a los 2:02 del episodio inicial y se convertiría en el primer eslabón de una ristra de víctimas anestesiadas por la contundencia de sus puños. Uno a uno, como naipes empujados, cayeron Danny Sandoval (en dos ocasiones), Ángel Alirio Rivero, Edgar Mendoza, Luis Soto, Julio Pineda, Dairo Julio, Emmanuel Ford (primer combate internacional en Maywood, California), Roque Cassiani, Alejandro Heredia, Tomás Zambrano, Hernán Valenzuela, Esteban de Jesús Morales, José Hernández, Hero Bando, Aram Ramazyan y Whyber García, dieciocho adversarios que le daría a Valero la corona de la inmortalidad arrebatando un registro de más de un siglo de vigencia (105 años), un centenario y media década que serían una brizna de tiempo ante el tiempo eterno del olvido, a ese olvido al que nos destierra la muerte, la única que pudo vencerlo en el tinglado de la vida.
Génaro Trazancos, un simple mortal como cualquiera, le limitaría la opción de ensanchar el registro, siendo el primer oponente de Valero que pudo retornar a su esquina, para escuchar indicaciones superfluas de sus segundos, ensoparse de agua y retener el aliento en el asueto del asalto y luego caer como todos y enlodarse en la derrota, aunque distinto de todos, éste habría llegado con restos insuficientes al segundo asalto.
Este registro quedaría olvidado, Trazancos lo disecó en las estadísticas y Valero en su memoria, ya que una ambición superior gobernaba en su alma hambrienta, la de ser campeón mundial. En el mítico escenario canalero del Figali Center, en la capital panameña, en la pelea más larga pactada en su carrera, un boxeador que consignaba 20 rounds disputados en 19 combates, se enfrentaba en un duelo de 12 vueltas ante el local Vicente ¨ Loco¨ Mosquera, el 5 de agosto de 2006, coronándose como monarca superpluma versión Asociación Mundial de Boxeo (AMB), cetro que defendería en cuatro ocasiones sin ningún traspiés, haciendo trastabillar a Michael Lozada, Nobuhito Honmo, Zaid Zavaleta y Taheniro Shimada, la báscula se transmigraría de la cotidianidad para mudarse al peso ligero y en el Frank Erwin Center de Austin, Texas, ante el colombiano, radicado en México, Antonio Pitalua, retornando al país del norte desde el pleito con Ford en el 2003, se consagraría campeón mundial de la categoría, esta vez con cetro del Consejo Mundial de Boxeo (CMB), en un encuentro pugilístico que vibró como un mar tajado
Por una inmensa ballena, la catarata de golpes del venezolano sedaron al ‘cafetero’ y lo durmieron en la lona tras 49 segundos transcurridos del segundo asalto, cuando Laurence Cole determinara el fin del combate e izara el brazo diestro de Valero, con el que rasparía el brillo de la luz nostálgica de su despedida. La muerte no razona, a ella le da igual abrigar en la barriga de la tierra a los seres sin distinguir lo que son, allá abajo no importan las glorias dejadas, ellas quedarán en la memoria de quien las recuerde, el cinturón sin dueño y la esquina vacía, su nombre en la piedra, el fin de la biografía.
Por: Redacción BDC Internacional