Hijos de tigre nacen pintados. Así reza el popular refrán que aplica de manera perfecta en la dinastía de los Torres, que inició con Rafael en 1950. En ese año nació este bogotano, quien vio en el boxeo la oportunidad de sacar adelante a su familia.
La historia se remonta a 1960, cuando Rafael, con apenas 10 años, acompañaba a su hermano a boxear, aunque este no daba los resultados deseados.
“Fue hace muchísimos años. Donde trabajaba mi hermano mayor había dos muchachos a los que les gustaba el boxeo y me indujeron a él. Yo estaba estudiando y cuando salía les llevaba el morral. Un día hubo un campeonato en Bogotá en la Plaza de Toros Santamaría y otro en donde hoy es Corferias y todos tres perdieron. Yo salí llorando y les dije que iba a ser boxeador e iba a ser mejor”, recordó Torres en diálogo con BDC.
Después de dos años de ser solo una compañía, llegó el momento de que Rafael se ajustara los guantes e hiciera su propio camino en el boxeo. Inició en la rama aficionada, aunque no recuerda cuál es su récord. Lo que sí atesora son sus cuatro participaciones en Campeonatos Nacionales, llegando en una ocasión a semifinales, instancia en la que fue descalificado.
Estuvo durante cerca de 10 años como amateur hasta que en 1972 un entrenador mexicano lo animó a pelear como profesional. Accedió y tuvo un rendimiento de cinco peleas ganadas y dos perdidas y se retiró.
Aunque cumplió su promesa de ser mejor boxeador que su hermano y sus dos amigos, la vida de Rafael daría un giro, encontrando su verdadera vocación. Pasó de ser boxeador a elaborar la implementación para los pugilistas.
“Me llamó más la atención fabricar la implementación, porque veía los entrenamientos en el gimnasio. Los guantes eran muy feos, parecían unas bolas”, contó.
Esta se convirtió en la actividad económica de Rafael desde hace 50 años. Con esto les brindó estudios, alimentación y vivienda a sus cinco hijos, e incluso creó su propia marca con su nombre.
Sin embargo, Rafael mira con cierto recelo el decrecimiento de sus ventas en los últimos años.
“Por la apertura económica está llegando mucho implemento chino en plástico y la gente no aprecia lo nacional, se van por las marcas extranjeras, aunque eso solo les dure tres meses. Yo doy seis meses de garantía. Nunca se me ha roto un guante”, cuenta con mucho orgullo.
Además de eso, como buen hombre de boxeo, Rafael combina la fabricación de su implementación boxística con el arbitraje amateur y profesional, actividad en la que ya cumple 20 años, siendo el único réferi bogotano en asistir a las últimas convenciones del Consejo Mundial de Boxeo.
Su sueño es que alguno de sus hijos continúe de manera decidida por el camino que él trazó y hoy le llena de orgullo que la mayoría escogió el deporte como mecanismo para salir adelante.
Su hijo mayor y su hija menor, Brian y Erika, de 51 y 27 años respectivamente, también son árbitros de boxeo y comparten escenarios juntos. Su otro hijo, John, fabrica implementación deportiva. Otro retoño es entrenador personalizado y su otra creación se dedica a las labores del hogar.
“Brian hizo peleas en amateur y fue árbitro de microfútbol y fútbol. También es comerciante de prendas deportivas. Erika es mercaderista, pero un día le dije que me acompañara a una velada y la fui metiendo, hasta que una vez en un club privado pelearon dos mujeres y le dije que era su momento, se puso muy nerviosa, pero va aprendiendo. Si uno no se mete al charco nunca aprende a nadar. Y John fabrica guantes y sacos”, relató.
El legado de Rafael está bien representado, aunque a sus 72 años no ha terminado de construirlo.
Por: Jeffry Almarales Nieto